El Rol de los Algoritmos en la Forma en que Elegimos con Quién Salir

Cómo los Algoritmos Filtran Nuestros Vínculos

En la actualidad, los algoritmos son una parte silenciosa pero poderosa de nuestra vida afectiva. Cuando descargamos una app de citas, creamos un perfil y comenzamos a deslizar, muchas veces no somos conscientes de que, detrás de cada “match” o sugerencia, hay un conjunto de fórmulas matemáticas que filtran, predicen y seleccionan a quiénes conoceremos. Estos sistemas se basan en nuestros gustos, ubicación, interacciones previas e incluso en cuánto tiempo pasamos viendo el perfil de otra persona. Así, los algoritmos se convierten en intermediarios entre nosotros y nuestras posibles parejas.

Este tipo de tecnología tiene el objetivo de optimizar el proceso de conexión, ahorrarnos tiempo y acercarnos a personas “compatibles”. Pero también impone una lógica de eficiencia sobre algo tan complejo e impredecible como el amor. Al limitar la diversidad de perfiles según lo que “podría gustarnos”, los algoritmos pueden empujarnos a repetir patrones, evitando que nos abramos a experiencias nuevas o inesperadas. En este escenario, algunas personas buscan vínculos más directos, donde no haya un filtro tecnológico ni una interfaz que decida por ellos. Curiosamente, es en los encuentros con escorts donde algunos encuentran esa claridad. En estos vínculos, todo se basa en la honestidad del acuerdo, la presencia real y una interacción humana sin algoritmo. La conexión se da sin mediadores, y eso —en un mundo de filtros digitales— puede sentirse más auténtico que muchas citas iniciadas desde una app.

Compatibilidad Según Datos: ¿Amor o Sesgo?

Uno de los grandes argumentos a favor de los algoritmos en el ámbito de las citas es que pueden predecir compatibilidad. Analizan lo que nos gusta, cómo interactuamos, nuestras respuestas en cuestionarios, nuestras elecciones pasadas y hasta patrones de lenguaje. Todo eso se traduce en sugerencias que supuestamente aumentan nuestras probabilidades de éxito emocional. Pero aquí surge una pregunta importante: ¿realmente sabemos lo que queremos? ¿Y queremos siempre lo mismo?

El problema es que los algoritmos no solo se limitan a “predecir”, sino que también condicionan. Si siempre damos “me gusta” a cierto tipo de persona, la app nos mostrará más de lo mismo, reforzando preferencias sin darnos espacio para explorar fuera de lo habitual. Esto puede profundizar sesgos inconscientes: raciales, estéticos, culturales o incluso sociales. De manera sutil, dejamos que una máquina defina quién es “deseable” para nosotros, sin cuestionar si esa lógica se alinea con nuestros valores o deseos más profundos.

Además, los algoritmos están diseñados para que pasemos más tiempo dentro de la plataforma, no necesariamente para que encontremos una pareja estable. Algunas aplicaciones priorizan la interacción continua (más “matches”, más mensajes, más actividad) por encima del resultado final. Es decir, su objetivo no siempre es que dejemos de usar la app porque encontramos a alguien, sino que sigamos participando. Esto pone en duda la verdadera neutralidad de estos sistemas y plantea la necesidad de tener una mirada más crítica sobre cómo influyen en nuestras elecciones.

Recuperar el Control Emocional Frente a la Tecnología

Ante este panorama, es fundamental aprender a usar las herramientas digitales con mayor consciencia. Los algoritmos pueden ser útiles para iniciar contactos, pero no deberían reemplazar nuestra intuición ni nuestra capacidad de elegir con libertad. Salir del piloto automático y preguntarse por qué conectamos con ciertos perfiles, qué buscamos realmente o si estamos siendo fieles a nuestros deseos personales es parte del proceso de volver a tener agencia emocional.

También es clave cultivar habilidades relacionales que van más allá de la compatibilidad algorítmica: saber comunicar lo que sentimos, estar presentes, escuchar sin juicios, y sostener una relación cuando aparece la vulnerabilidad. Estas cualidades no se pueden programar ni predecir, porque surgen del encuentro humano y de la experiencia real. Ningún algoritmo puede enseñarnos cómo amar, perdonar o construir un vínculo duradero. Eso sigue siendo terreno del corazón, no del código.

En última instancia, los algoritmos pueden acercarnos a alguien, pero no pueden decidir por nosotros cómo relacionarnos, cómo entregarnos o cómo cuidarnos en el vínculo. Volver a lo humano, incluso en un entorno digital, es el verdadero desafío. Porque más allá de la tecnología, seguimos siendo seres emocionales que buscan conexión, presencia y verdad. Y eso, por suerte, ningún sistema puede automatizar completamente.